Cuando era niño, cada tarde de lluvia,

salíamos a bailar y mojarnos como si nada importara.

En ese momento, nada importaba, no realmente.

Mi abuela, siempre de pocas palabras,

sonreía mientras se subía a la bicicleta para levantar el barro

y abalanzarse sobre los charcos.

Su rostro recibía el agua del cielo, y la dejaba correr.

Las gotas se deslizaban rápidamente por su cara hacia el piso,

como luego lo harían sus recuerdos,

dejándola sola, sin esos días de lluvia y sin tardes de bicicleta.

Yo también me quedé solo,

sin esos días de lluvia y sin tardes de bicicleta.

Los dejé a 5.000 kilómetros.

A 5.000 km - Mauricio Sandoval Ron

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Cuando era niño, cada tarde de lluvia,

salíamos a bailar y mojarnos como si nada importara.

En ese momento, nada importaba, no realmente.

Mi abuela, siempre de pocas palabras,

sonreía mientras se subía a la bicicleta para levantar el barro

y abalanzarse sobre los charcos.

Su rostro recibía el agua del cielo, y la dejaba correr.

Las gotas se deslizaban rápidamente por su cara hacia el piso,

como luego lo harían sus recuerdos,

dejándola sola, sin esos días de lluvia y sin tardes de bicicleta.

Yo también me quedé solo,

sin esos días de lluvia y sin tardes de bicicleta.

Los dejé a 5.000 kilómetros.

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